La Muralla de Lima, erigida entre 1684 y 1687 durante el gobierno del virrey Melchor de Navarra y Rocafull, fue una estructura defensiva destinada a proteger la Ciudad de los Reyes de potenciales amenazas externas. Situada en lo que hoy son las avenidas Alfonso Ugarte, Paseo Colón, Grau y la orilla izquierda del río Rímac, esta muralla destruida en 1871, dejó su huella en el Parque de la Muralla y el baluarte Santa Lucía.
Su construcción no solo buscaba salvaguardar la riqueza de Lima, sino también resguardarla de la constante amenaza de piratas y corsarios que azotaban los mares durante el siglo XVII. Con casi 11,700 metros de longitud, 34 baluartes y 10 portadas, rodeaba el damero y el barrio del Cercado, dejando fuera del perímetro al actual distrito de Rímac. Además, generó cambios urbanos significativos, densificando la ciudad y definiendo la trama urbana en los siglos XVII y XIX, con la formación de Barrios Altos y la creación de ejes irradiados por sus portales.
Durante el siglo XIX, la muralla perdió su utilidad defensiva y fue demolido en gran parte para dar paso al Cementerio General y, posteriormente, se convirtió en un foco de basura y tugurios. El crecimiento demográfico hacia 1860 superó su perímetro, convirtiéndola en un obstáculo para la expansión urbana. Así, en 1871, el gobierno de José Balta decidió su demolición como parte de los programas de expansión urbana.
Hoy en día, las antiguas líneas de la muralla definen el Centro Histórico de Lima, reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Aunque pocos vestigios quedan, como los restos en el Parque de la Muralla y los baluartes de Santa Lucía, Puerto Arturo y Comandante Espinar en los Barrios Altos, que, aunque en su mayoría están en ruinas, aún ofrecen una ventana al pasado defensivo de la ciudad.